Poner nombre a los gatos, TS Eliot


No creáis que es cosa fácil

poner nombre a vuestro gato.

Me diréis que estoy chiflado,

me llamaréis mentecato;

pero -os digo de verdad-

los nombres deben ser tres.

Uno para el uso diario:

Pedro, Alonso, Augusto, Andrés,

nombres serios, respetables,

pero nada originales.

Hay nombres más divertidos

para dama o caballero:

Platón, Electra, Esculapio,

Florinda, Sansón, Bolero.

Pero a un gato le conviene

tener un nombre especial,

uno que a él solo le cuadre,

un nombre particular.

¿Cómo podría, si no,

mantener la cola erguida,

atusarse los bigotes,

cortejar a su querida?

De estos nombres especiales

yo guardo todo un muestrario:

Munkustrap, Quaxo, Alarico,

Mandolina, Cerulario.

Pero hay un nombre secreto

que nadie puede acertar,

que sólo el gato conoce,

el gato, y ninguno más.

Cuando le veáis sumido

en honda meditación,

es porque está meditando

en la escondida razón

del nombre especial que tiene:

nombre inefable y efable,

nombre secreto, recóndito,

profundo, inescudriñable.